Opinión: Cuando me preguntan "¿Qué tal Panamá para emigrar?"

Opinión: Cuando me preguntan "¿Qué tal Panamá para emigrar?"

Soy venezolana. Profesional. No tengo hijos y a decir de muchos amigos «se me pasó el arroz» para eso, pero nunca se sabe. Me encanta trabajar porque adoro disfrutar los frutos de mi esfuerzo. No me inclino por los pajaritos preñados, ni las maletas cargadas de sueños. Prefiero el estilo «pies en la Tierra» y «abajo el come-florismo».
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Tengo aficiones sencillas. Me gusta disfrutar un buen vino, comer sano sin llegar a los extremos de Sascha Fitness, las piscinas, las librerías, las franelas de algodón, los perritos callejeros, las series de detectives y las películas de terror. Lo comento porque quiero dejar claro, antes de continuar, que soy un ser humano normal.
No soy una figura mítica de las redes sociales ni una emo-geek que busca popularidad hablando de cómo los hombres la persiguen, o una heredera del linaje dramático de Delia Fiallo. Soy solo yo. La de siempre. La que no toma cervezas no porque sea muy fina, sino porque le caen mal. La que no tiene Facebook desde que su mamá tiene. La que se fue a Panamá creyendo que un supermercado lleno era todo lo que necesitaba para ser feliz… y hoy, después de leer los testimonios y preguntas de muchos en este grupo de Facebook, quiero contarles cómo me fue con eso.
La verdad es que Panamá estaba «de moda» cuando llegué. El ex presidente Ricardo Martinelli estaba en su mejor momento mediático internacionalmente y la solidaridad de sus funcionarios con los dirigentes opositores en Venezuela hizo que me interesara por conocer mejor este país centroamericano.
Tú ponías Panamá en el buscador de imágenes de Google y el monitor se inundaba de fotos de la Cinta Costera y el Canal interoceánico. ¡Una belleza! Además, las redes estaban llenas de historias de éxito y el extinto (¿o no?) «Crisol de Razas» había sembrado en el imaginario colectivo de la región la idea de que Panamá era una tierra de oportunidades para todo aquel dispuesto a trabajar sin descanso, donde imperaba la mentalidad abierta de una sociedad progresista que caminaba sin complejos hacia el Primer Mundo, con grandes obras de infraestructura y un crecimiento económico sostenido, avalado por todos los organismos internacionales que te pudieras imaginar.
Hasta allí todo bonito. Compré un pasaje y me fui a lo que muchas amigan llaman «luchar por mis sueños», aunque yo prefiero llamarlo «echarle bola para ganarme mis cosas». A Panamá vine con muchas ilusiones pero, desde que llegué, he conocido mucho de aquello que no se consigue en Google y que también forma parte de la vida en este país.
Para que nadie diga que no estoy siendo justa y que solo me enfoco en lo negativo; he decidido enumerar algunos aspectos sobre mi experiencia en este país, separando lo «bueno», de lo «malo».
LO BUENO
La moneda es el dólar, el internet es rápido, hay vuelos directos a la mayoría de los principales destinos del mundo, los supermercados están llenos, hay abastecimiento casi total de productos, los servicios públicos son buenos, aunque tienen fallas.
También hay más seguridad que en Venezuela, pero no te descuides porque aquí la cosa también está peliaguda con los malandros, que los hay tanto nacionales como importados.
LO MALO
Al finalizar de leer este artículo busque en los comentarios y seguramente comprobará como muchos panameños creen que ningún extranjero tiene derecho a opinar o decir nada sobre cualquier cosa relacionada con su país (algunos incluso lo consideran una ofensa gravísima); incluso si lo que usted está diciendo es algo 100% real y comprobable.
No importa si usted está legal, no importa si paga impuestos, no importa si trajo su dinero del extranjero y se lo inyectó a la economía panameña; la mayoría de los panameños creen que usted es un ser indigno que no tiene derecho a manifestar su opinión ni a criticar absolutamente nada. ¡Así usted tenga razón y se esté quejando de un mal servicio! Si usted no nació en algún lugar entre los paralelos 7° 11′ y 9° 37′ de latitud norte, más le vale actuar como un fantasma y hacerse la vista gorda ante todo a su alrededor, mostrar actitud de auto humillación permanente y alabarlo todo, sin dignidad alguna por su criterio propio; no vaya a ser que un panameño se ofenda (porque todo los ofende) y le pida al Presidente que le expulse del país o lo ponga a realizar trabajos forzados.
Jamás se le ocurra decir en público que a usted le gustan más las arepas que las hojaldas; porque la ofensa es peor que una mentada de madre y, por encima de cualquier cosa, no les recuerde que Bolívar y el actor que hace el papel de Mano E’ Piedra en el cine son venezolanos; porque podrían quemarlo vivo en el medio de la calle.
¿Quiere un consejo honesto y sincero antes de venir a vivir en Panamá? Venga si quiere. Yo no soy quien para decirle lo que tiene que hacer; pero venga preparado psicológicamente para ser juzgado a cada rato; para leer en las noticias que los crímenes los cometen son los extranjeros, para sentir miedo de opinar, para sentirse secuestrado, como quien está en una relación toxica con quien no acepta que tiene defectos porque es normal tenerlos.
Comida en el supermercado hay, bastante, de todas partes del mundo porque de hecho la mayoría es importada. Pero cuando esté pagando, haga estomago para el gruñido de la cajera y la cara de culo del que embolsa.
María Carolina Castillo, una venezolana sin redes sociales que está en Panamá porque no le queda más remedio.